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Por Sevillanas

Seguidilla sevillana

«Seguidilla sevillana»

Encastrada en este tronco de la seguidilla, la llamada «seguidilla sevillana» se individualiza a mediados del siglo XIX, justamente cuando toma cuerpo la Feria de Sevilla. Hasta entonces se venían practicando, además de las seguidillas populares, relacionadas en la literatura teatral de sainetes y tonadillas, las dieciochescas «seguidillas boleras» de clara influencia francesa, muy estilizadas y del gusto de la «alta sociedad». En el siglo XIX se añaden definitivamente a los cuatro versos de que consta la estructura básica de la seguidilla manchega o castellana los tres versos de «estribillo», y es ahí cuando podemos comenzar a hablar propiamente de «sevillanas». Con tal denominación se relacionan por primera vez en el famoso poema heroico-cómico del Conde de Noroña «La Quincaida» (1799), donde se lee: «cantó la malagueña y sevillana».

Toda una pléyade de viajeros románticos decimonónicos darían cuenta de estos bailes. Al decir de Davillier, que escribió en 1862 su conocido «Viaje por España», en su ejecución «Eran casi todos artesanos, pues las personas de la clase alta rara vez se dignan asistir a los «bailes de palillos», es decir, a los bailes de castañuelas». Parece que es también en el siglo XVIII cuando se produce la reglamentación hoy conocida del baile, pues en 1740 el Maestro Don Pedro de la Rosa, a su llegada de Italia, «redujo las seguidillas y el fandango a principios y reglas fijas», según testimonio de Ignacio de Iza Zamácola, Don Preciso, a finales del ochocientos. El Diccionario del Ballet y la Danza de Gachs (1847) es la primera obra que distingue las que bien podrían asimilarse a las actuales sevillanas, que por entonces se disfrutaban con deleite en cualquier fiesta de vecinos de Sevilla. José Luis Ortiz Nuevo recoge noticias al respecto: «Anoche hubo festejo, cante, baile y canto del país en una casa de vecinos de la calle Teodosio… donde brillaban mozas como mosquetas, mozos crúos, bailadores y cantadores de mistorró. La función estuvo tan divertida como pacífica, y al retirarnos a la una y minutos hacia nuestros hogares vibraba en nuestros oídos la siguiente seguidilla…» (La Andalucía, 30-6-1858).

La prensa no cita las sevillanas con ese nombre hasta 1889, en una descripción plena de modernidad que constata su definitiva implantación en la Feria y que leemos en «La Izquierda Liberal» del 25 de abril: «El rasguear de las guitarras, el repiqueteo de los palillos, los cantos llenos de gracia y los movimientos ondulantes de las parejas bailando sevillanas se observaban por doquiera». El baile por sevillanas representa una manifestación singular de lo que Romero Murube denominaría el «propósito unánime del gozo», en el que se funden el sentido ritual, social, emocional y hasta «de conquista» entre hombres y mujeres.

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